¿Quién no disfruta una montaña rusa?

Disfruta

¿Quién no disfruta abrir los ojos y encontrarse con el rostro de su amado aún dormido? A mí, sí. Se ve tierno e inocente, me gusta besarle la frente y sentir como se estremece. Parece un niño pequeño, sin preocupaciones. Quien diría que al crecer perderíamos esa esencia, esa paz e inocencia.

Lo observo, y mi corazón se acelera. ¿Amor? Definirlo es difícil porque la felicidad al igual que el amor no se miden por la ausencia de momentos desagradables, es más que eso.

Lo observo, y pienso en cada momento vivido a su lado, toda una montaña rusa. En las veces que los malabares no eran suficientes para pagar las deudas, pero siempre había con qué. Las discusiones por opiniones diferentes que terminaban en disculpas y abrazos interminables. Escogiendo a su vez que de nuestra crianza queríamos en nuestro hogar.

Las vacaciones reducidas hasta donde el presupuesto alcansará. Una tarde en la playa viendo el atardecer mientras compartiamos una carne con pan.

Las salidas a comer y las visitas al video club eran otras de nuestras escapadas románticas. Las ideas descabelladas nunca fueron recibidas con un no, sino con un déjame ver. Que significaba un sí envuelto de más esfuerzo.

Las cosas nunca han salido como queremos, pero si son como necesitamos que sean. Y después de muchos años las cosas no han cambiado, si las circunstancias, pero no el amor. Aún lo observo, agradeciendo que la sencillez no aullentara el sentimiento. Que el deseo no muriera tras noches de insomnio económico y apesar de la inmadurez nuestro norte siempre fue estar juntos.

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