Oportunidades que no se aprovechan

no nos dejan ver lo que tenemos

oportunidades

No aproveché las oportunidades que recibí por lo que hoy extraño los momentos junto a mi abuelo. Cuando era pequeña solíamos pasar las vacaciones en su casa, esos eran los momentos más felices. Mi hermana, mis primos y yo nos sentábamos alrededor de él para escuchar sus historias.

Esas historias le traían recuerdos de su familia. Recuerdos de cuando era pequeño y ayudaba a su padre en la siembra de caña. Nos contaba que no tenían dinero, pero nunca les falto amor.

A pesar de su pobreza sabía leer y escribir, su madre le había enseñado. Entre sus posesiones se encontraba una honda que el mismo había creado con una vieja rama y un par de zapatos que se ponía los domingos para ir a misa, la única salida de la familia. Sus padres siempre le recordaban que eran oportunidades que no todos tenían.

Lo único que entristecía el rostro de mi abuelo era recordar la muerte de sus dos hermanos a causa de la malaria.

Todas las mañanas de camino al trabajo recuerdo los días que pasé junto a mis abuelos. Me encantaba conocer la historia de lo que fue mi país en ese tiempo. A pesar de todos los años transcurridos, desde que mi abuelo era pequeño, la situación no ha cambiado mucho. La pobreza sigue existiendo, aunque el entorno haya cambiado.

Lo que eran grandes latifundios, hoy son empresas que explotan al empleado con cambios sutiles. En el pasado los empleados trabajaban de sol a sol para ganarse un salario pésimo, hasta que fueran útil para trabajar. Hoy las jornadas son de ocho horas con un salario mínimo y un pésimo programa de retiro.

La economía que reina en el mundo es similar a la que existía cuando abuelo era un niño. He estado pensando que regresaremos a los trueques para poder subsistir ya que no habrá dinero para comprar.

Mi abuelo siempre nos decía que estudiáramos, debíamos ir al paso con los adelantos de la sociedad, y que no olvidáramos que la tierra simbolizaba vida. Que siempre encontraríamos oportunidades para echar hacia delante.

Iba deprisa por los corredores, precisamente hoy que piensan despedir un diez porciento de los empleados de la agencia, había llegado tarde.  Sobre mi escritorio había una nota: Pasar por la oficina del Sr. Sánchez.

La sorpresa que me esperaba era insólita. ¡Había sido despedida! Los pasados dos años mis finanzas han ido en descenso y lo que faltaba era un colapsó total de lo que me quedaba. La incertidumbre y la desesperación no me dejaban respirar, no sabía que hacer.

No puedo ir a la casa de mis padres. Mi hermana, que vivía en ella con su familia, la había vendió cuando se mudo a California.

Las cosas no mejoraban con los días, vendí las pertenencias de valor que poseía y decidí invadir un terreno ya que ni para la renta tenía. Los fondos para los desempleados se agotarán, éramos tantos. Tenía que ser conforme y comer lo que encontrara.

Para completar la racha de suerte, llegaron un día a desalojarme de la casucha debido a la construcción de una carretera. Como si aquí no hubieran demasiadas ya.

Descendí tanto en la escala social que hasta pasé seis meses en una correccional. Al salir ya no sabía a quien recurrir, mis estudios no me han servido para nada. Ahora vivo bajo un puente y me arropo con cartones.

Si mi adorado abuelo me viera, que decepcionado estaría de su pequeña. Ya no aguanto más, esta situación a sido demasiado para mí. Las fuerzas ya no me dan.

Camino por mi ruta habitual. Rebuscando en los depósitos de basura encuentro una botella crema la que tenía un dibujo imponente en el centro, una carabela.

La tome sin pensarlo, necesitaba escapar. La reacción fue inmediata, mi cuerpo comenzó a moverse involuntariamente, como si una brisa fría se adueñara de mis huesos. Me caí al suelo, las piernas no me sostenían. Mientras una baba caliente se derramaba por mi cuello. Solo podía ver el rostro de mi abuelo. Lágrimas de dolor se derramaban por sus mejillas. Lloraba por mí y entendí que había cometido un error.

En la calle no habían personas y si me vieron se escondieron para no tener que rendirle cuenta a la policía. No quería morir. ¡Ayúdenme, ayúdenme! Trataba de gritar, pero las fuerzas me abandonaban.

A lo lejos escuche un ruido, un ruido constante que se acercaba. El sonido se hacía cada vez mas fuerte. Cerré los ojos esperando la muerte. Cuando los volví a abrí para ver lo que lo que ocurría, me encontraba acostada en la cama. Mi despertador sonaba. Eran las seis de la mañana y debía ir a trabajar. Las oportunidades seguían.

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Soy fruto de un ultraje, donde vinieron ondeando banderas de paz y sólo trajeron desolación. Civilización y conocimiento nos regalaron con su llegada, regalo que ya disfrutábamos desde hacía años.