
La claridad y el calor mañanero de Puerto Rico me despierta, voy enfocando la vista, me estiro y bostezo, cuando me percato qué es miércoles.
—¿Por qué carajos no sonó la alarma? —cuando golpeo la pantalla del celular para desbloquearla nada ocurre. El teléfono no tiene carga, aunque está conectado a la corriente.
—¡Me cago en ná, no hay luz! —resoplo por la idea de un baño frío.
Voy corriendo a la cocina y coloco en el freezer la comida que se pueda dañar. En una ollita, pongo dos huevos en agua mientras regreso a cepillarme los dientes y ponerme algo de ropa.
Enciendo el auto, conecto el celular al cargador, y lo pongo en marcha mientras me voy comiendo el desayuno. Esquivo los cráteres de la carretera e intento que los carritos chocones en el cruce no me impacten.
—¿No se supone que hay leyes de tránsito para cruces sin semáforos? —poniendo en duda el intelecto y empatía de los demás conductores.
Esquivando, lo que parecía una trinchera, golpeo una acera. El estallido de la goma me hace golpear el volante y soltar un suspiro cargado de frustración.
—¿Por qué carajos no te quedaste en cama? Total, ya ibas tarde —me regaño.
No me queda de otra que atragantarme los huevos e ir por el gato. Luego de muchos bocinazos e improperios, como si uno quisiera estar en ese predicamento, un samaritano se apiada de mí y me ayuda. Se lo agradezco, y más el dato de que la autopista está limpia.
Coloco una emisora en intento cambiar mi ánimo. La música de Benito suena recordándome que este viernes me toca la residencia. Aunque entre canción y canción se cuela las noticias del último feminicidio y del joven de 21 que fue confundido y matado a balazos.
¿Qué ha pasado con mi Puerto Rico? ¿Por qué no hay más protección? ¡Debe estar en el mismo lugar donde está el dinero de reparación de carreteras y tendido eléctrico!
Puerto Rico ondea orgulloso la mono estrellada en conciertos y en eventos deportivos, pero de verdad la queremos. O solo es un lugar donde los bolsillos se llenan fácilmente y el desmadre se permite.