Mi madre era una mujer maravillosa, cuando llegaba de la escuela me recibía en la puerta, con un abrazo y un beso en la frente me daba la bienvenida.
Me llevaba a la cocina donde me servía pastel y un vaso de leche, era el momento de hablar. Mamá prestaba sus oídos para escuchar todas mis aventuras en la escuela, de mis notas y que haceres.
Después preparábamos la cena, juntas hasta que llegaba papá. Era el momento de la cena y de las críticas. Se molestaba por el sabor de la comida, que estaba pasada de cocción o que le faltaba. Una vez recogió toda la comida y sin que nadie la hubiera probado la hecho al zafacón.
A principio mamá se ponía bien nerviosa y entre lágrimas buscaba la manera de arreglarle la comida o de prepararle otra cosa. Él no se lo permitía y en varias ocasiones termino golpeándola porque no servía como esposa, cuando mi madre era una mujer maravillosa. Nunca vi los momentos del golpe, mamá siempre encontraba la manera de sacarme de la habitación, pero escuchaba los sollozos de ella, los gritos de papá y los golpes.
Cuando todo se tranquilizaba mi madre llevaba comida al cuarto, se sentaba conmigo en el suelo y mientras yo comía pasaba sus dedos por mi cabello. Mi mamá era un ángel, nunca se quejó, no le conto a nadie. Fue una madre y esposa ejemplar hasta su muerte, yo tenía 15 años. Al volver del entierro recogí mis cosas y me fui de la casa.
No podía aguantar ese suplicio, cuando mami murió protegiéndome a mí. Mi camino será incierto, pero sobre la tumba de mi madre jure que no se repetirá el sufrimiento que ella paso, ni de parte de mi padre ni de ningún otro hombre.