Un grupo de adolescentes interactuando en la escuela es la experiencia más aterradora que hasta ese momento había tenido. Las etiquetas te seguían y nosotros no pertenecíamos a ninguna que valiera la pena, según ellos.
Al llegar a la escuela te encontrabas con la “elite”. Los populares dando a larde de su superioridad y los abusadores molestando a todo aquel que le pasara por el lado. A las 8 am sonó el timbre y así se fueron vaciando los pasillos.
El Señor Román, el profesor de inglés, el que todos los días estaba saludando y alegre estaba hoy serio y daba miedo. Miraba a cada estudiante por encima de las gafas como si fuera comida. Oscar, que estaba a mi lado, no me creyó. No prestaba atención, solo a la historieta que tenía en las manos.
Escribió un trabajo en la pizarra y se sentó a observarnos, yo escribía y lo miraba. No quería que se diera cuenta. Al terminar la clase llamo al capitán del equipo de baloncesto, después de esto no los volví a ver.
A diario los “adolescentes” aprovechaban para esconder mis pertenecías, meterme el pie y hacerme caer o simplemente molestarme. Así que hoy visite a la directora, los profesores nunca veían a la parte agresora.
La directora me recibía con dulces, sabia que las cosas no eran como se veían. Me senté a esperar por más de media hora y lo que escuchaba eran personas cuchicheando. Cuando un grito se adueñó del espacio seguido de un silencio sepulcral.
Al abrir la puerta de golpe me sorprendió la sonrisa de la directora desde su escritorio mientras se limpiaba la comisura de su boca. Todo bien Matthew, me dijo. Moví la cabeza y me fui. Solo pensando en que hacia el bulto de Amanda en el piso.