Todo comenzó, 20 de septiembre 2017.
Nos levantamos con los azotes en las ventanas, los vientos de huracán María ya se sentían. Soñolientos revisamos que todas las ventanas estuvieran bien cerradas. Ya los chicos estaban despiertos, desayunamos y buscamos un área segura para estar los cuatro. En el baño, la mitad de la casa, colocamos con comforter, meriendas, agua y documentos importantes.
Encendimos la radio para escuchar el avance del huracán, pero para nuestra sorpresa las estaciones fueron desapareciendo del aire según las antenas fueron destrozadas por los vientos.
La oscuridad que ocasionaban las tormenteras o la espera hacían que me durmiera, sólo me levantaba para comer, pero con cada azote abría los ojos. Tratábamos de identificar los objetos que golpean la casa solo con el ruido que producían.
Quedándome casi dormida me percaté que llevábamos rato sin escuchar ruidos. ¡El Ojo! grite y nos asomamos por las ventanas y puertas. Mis cipreses habían sucumbido ante la potencia de María al igual que muchos de los árboles. Cuando comenzó cerramos, el ruido volvió a apoderarse del espacio.
Los ruidos de las tuberías nos hacían sospechar que algo ocurría, las bañeras se llenaban de agua. Mi casa se estaba inundaba, nunca había pasado. Había llovido tanto que el agua estaba contenida entre la verja de concreto de la casa, los desagües se habían obstruidos. Esa agua había llenado el pozo muro y el agua regresaba por la tubería al interior de la casa, sin mencionar la que entraba por la puerta del patio al interior. Era un río lo que entraba a la casa. No había de otra, abrimos la puerta de garaje y salimos. Unos rompiendo la verja y otros intentando que el agua no siguiera entrando a la casa.
Para completar el caos que habías, los baños seguían inundándose y no nos quedó de otra que abrir los registros. Olíamos a mil demonios, después de un baño y unos spaguettis caseros nos acostamos en la sala con ventanas y puertas abiertas, pero como los vientos se sentían aún las cerramos. Aunque María ya había salido por el norte no quería dejarnos solos.
21 de septiembre de 2017
Día 1, después del huracán
Nos levantamos temprano, desayunamos rápido para comenzar con el recogido. Las montañas estaban color crema y marrón, los árboles habían perdido todas sus hojas. Había estructuras que nunca había visto.
Sacamos los carros de la marquesina y sacamos lo que quedaba de agua. No podíamos esperar que vinieran brigadas a ayudar así que todos los vecinos decidimos limpiar nuestras áreas, juntos, hasta abrir el camino de la urbanización. Cortamos ramas y árboles caídos, recogimos escombros que llegaran de no sabemos dónde. Todo esto lo colocamos en estivas frente a las casas. Con los palos y planchas de zinc que encontramos construimos un techito para el generador de energía.
No sabía cómo estaba el resto de mi familia, ninguno ni de los Esteban ni los míos, no había comunicación alguna pero el trabajo nos distrajo. Algo era seguro el río la plata se había salido de su cauce. Nos enteramos de que en el puente de la virgencita el río había socavado parte de los cimientos, y en Levittown se había colapsado un puente.
Para completar el día pase mapo a la casa. No una vez sino 4 veces, tenía manía y para mi olía a excremento todavía. La noche la pasamos con los vecinos, un torneo amistoso de briscas y chocolate caliente.