En las noches tranquilas podías escuchar los pasos de los niños en el hostal de Buena Ventura. Mi abuela, a escondidas de mis padres me contaba de espíritus, mi curiosidad crecía con cada señal y ella ayudaba a que mi imaginación creciera.
De las paredes del hostal colgaban recuerdos de la revolución y de las personas que en aquel momento lo habitaban. Podías ver personas de todas las edades, ayudando en el huerto trasero. Otros pescaban y otros tantos en vela, vigilando la cercanía de peligro.
En las fotos podías ver los vestigios en los árboles, antiguos puestos de vigilancia donde con campanas anunciaban la llegada de un extraño. Esas mismas campanas sonaban en las noches con los pasos de los niños.
Las historias de fantasmas que se quedaban por un propósito me taladrado el cerebro. Así que monté mi bicicleta y me fui a la biblioteca del pueblo. Después de varias horas de búsqueda de libros y documentos que hablaran de Buena Ventura, los lleve a casa.
Tras varias noches de lectura encontré un acta donde se registraban los nombres, edades y procedencia de las personas que en algún momento moraron estas instalaciones. Dato curioso, había muchos signos de interrogación en los datos. Podías identificar las familias que llegaban aquí, pero había muchos niños en solitario que habitaban estas paredes. Pensé en el sufrimiento de esos niños al sentirse solos y la bendición de haber encontrado un lugar seguro para vivir lejos de la revolución.
Una voz me hizo levantar mi rostro del libro, me había quedado dormida. Busca, busca, repetía. Escuche sus pasos alejarse de mi habitación. No tuve miedo por la situación paranormal, más bien me sentí insegura de estar allí. Como si algo malo pasara aquí.
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