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El encanto del hostal del abuelo

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El abuelo de mi mamá compro un pequeño hostal que se usó durante la revolución como guarida para refugiados. Desde que lo compro hasta el ultimo día de su vida dedico todo su tiempo para reconstruir la gloria del hostal. Luego de su muerte y varios años de un arduo trabajo, su esposa y sus hijos lo lograron poner en función.

El hostal tenía las habitaciones distribuidas en la parte superior, mientras en la planta baja estaban las habitaciones como el comedor, la cocina, la sala de estar y un área de lectura, además de varias habitaciones. El sótano se dividía para varios usos, tenía la lavandería, un almacén y taller de reparaciones. El terreno donde estaba situado la estructura era amplio con muchos árboles frutales, un jardín y un gazebo que miraba al lago donde muchas veces fui a pescar con papá.

El ingreso principal del hostal consistía en los visitantes que semanalmente se hospedaban en el lugar, pero también lo usaban como centro de actividades. Lo alquilaban para reuniones, bodas y otras actividades pequeñas. Allí se casaron mis padres, una tarde de primavera. Ellos junto a mi abuela se encargaban de atender a los clientes.

El hostal de buena ventura, nombrado así por los refugiados de la revolución, albergaba más que a huéspedes. Muchos decían ver niños caminando por sus pasillos en la noche. Estos rumores no eran nuevos, muchas de las notas de recomendaciones del hostal mencionaban la vista de dichos espíritus desde sus inicios.

Aunque mi familia no los había visto, si escuchaban pasos y risas durante la noche. Y otras veces gritos. Las leyendas y cuentos que corrían en la ciudad nunca alejaron a los curiosos que nos visitaban por un encuentro sobrenatural.

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