Todos los domingos mis hermanos y yo, junto a nuestras familias, visitamos a mami y a papi. Ese día tratamos de hacer distintas actividades, hay días que vamos de paseo, a la playa o al parque.
Por ser día de las madres decidimos quedarnos en la casa de mis padres. Algunos de los nietos fueron junto al abuelo a leer bajo un árbol, otros juegan a la pelota en un área del patio y otros se quedaron en la terraza con la abuela a conversar y tejer. Mientras mi hermano y yo nos encargamos de la barbacoa.
Después del almuerzo, los nietos se dan un chapuzón en la piscina para disminuir el calor de la tarde. Los adultos con taza de café en mano nos vamos a sentar bajo una enorme sombra a conversar.
—Mami, ¿en la casa de Doña Carmina vive alguien? Vi la casa un poco abandonada.
—Si, sabes que los hijos de Carmina se fueron a vivir a la capital y desde que Juan murió vive solita en su casa. Hace unos meses se cayó en la bañera y ya no camina muy bien —dice mi madre mientras coloca en un envase trozos de carne, papas y vegetales.
—Los hijos le dan la vuelta, pero como están ocupados la pobre pasa mucho tiempo sola y no tiene fuerza para arreglar lo necesario en la casa —añade mi padre luego de sorber café.
—Los vecinos tratamos de ayudar con comida y de vez en cuando con los arreglos. ¿Podrías llevarle esta comida? —acercándome el envase tapado con un gesto.
—¡Claro! —contesto con la voz un poco quebrada.
Caminando a casa de Carmina recordé mi infancia, ella y mami fueron amigas y sus hijos también. Recuerdo que para que el dinero alcanzara, además de atender la casa y cuidarnos cosían hasta tarde en la noche.
Mis hermanos y yo teníamos la costumbre de enfermarnos en grupo, Mami pasaba la noche de un cuarto al otro dándonos medicamentos, tomando temperatura y llevando pañuelos. No recuerdo haberla escuchado quejarse, al contrario, decía sentirse feliz de poder cuidar de nosotros.
Al crecer fuimos unos adolescentes con cambios de humor, intolerantes a nuestros padres, en especial con mami que era la que siempre estaba y nos aconsejaba por lo que veía mal. Cuando mis hermanos y yo llegamos a la edad de irnos a la universidad nos hicimos una promesa, teníamos que retribuirles a nuestros padres lo que han hecho por nosotros. Sobre todo, con mami.
Que no carezcan de nada, pero que tampoco les falte amor y atención de nuestra parte.