El abecedario sobre la pizarra decoraba el salón de la clase de español. Solo podía reconocer los dibujos a cada lado de las letras, un kiosco para la k, un walkie-talkie para la w y un xilófono para la x, sin contar las demás imágenes. El abecedario era el inicio a un trayecto de lecturas.
Cuando estaba pequeña y tenía que aprender las letras del abecedario lo hacía en forma de canción, lograba que fuera pegajoso y el memorizarlo más fácil. Recuerdo que continuamos con silabas, una letra en conjunto con cada vocal. Ma, me, mi, mo, mu y seguimos con el ritmo de la canción.
Así llegamos a palabras; bola, bate, bigote, hasta hacer nuestro vocabulario más amplio. Seguimos creciendo y eso no se quedó ahí. Jugábamos nombre y apellido, un juego que involucraba el abecedario, y que difícil se hacía cuando salía una zeta y colocamos el nombre de Zenaida, pero la fruta nunca la sabíamos contestar.
Las ganas de aprender nunca se van. Leemos el periódico y escuchamos opera, todo para aumentar nuestro conocimiento. Aunque a muchos no le guste. Eso debemos de recordar, aprender cosas nuevas y no tan nuevas nos hace ser mejores.