Bitácora de María, Parte IV

septiembre 20, San José.

22 de septiembre de 2017
Día 2, después del huracán

La meta de hoy, 22 de septiembre, era saber de toda la familia, pero antes pasamos por el taller de hojalatería. Este está destrozado, las verjas estaban en el piso y la cabina de pintura. La mezcla de emociones fue inmensa; la devastación, la ansiedad de saber de los míos, ver parte de nuestro ingreso afectados y no saber el porvenir de la isla abrumaba.

Reanudamos el camino, en la autopista se observaban personas en los paseos hablando por los celulares. Intentamos en varios puntos, pero no había señal hasta que llegamos cerca al peaje de Buchanan donde tuve señal de teléfono y Esteban de Internet. Estela nada, sólo pudimos hablar a casa de una de las abuelas y el camino a su casa estaba inundado. Enviamos textos a las otras con la esperanza de que llegarán. 

Una sensación de impotencia me invadió, no sabía de mi hermana. Se me querían salir las lágrimas, pero no quería inquietar a mis hijos. Continuamos el camino de regreso a Toa Alta pero antes intentaremos entrar a San José. La entrada estaba llena de barro, la marca del río estaba palpable en las paredes y en los techos la furia del viento. Un sentir amargo me embargó, ver personas conocidas sufriendo por los embates del huracán y aún sin saber de los míos.

Llegamos a la primera parada, la casa de mi abuela y mi paz regreso al abrazarla, mi pequeña abuela estaba contenta de vernos. Mi abuelo, mi madre, mi prima y los demás estaban a salvo y los daños mínimos. Mi hermana había estado allí, aunque no la había visto podía sentir mi pecho relajar se con la noticia. Dios es grande profese en mi mente.

Segunda parada la casa de Carla, mi hermana de otra madre, y Eduardo, mi cuñado. También estaban bien al igual que mis sobrinas. A pesar de la situación estaba más tranquila, aun me falta saber de algunos.
Al finalizar el día terminamos con otro partido de briscas, chocolate caliente, pan y está vez con malvaviscos.

23 de septiembre de 2017
Día 3, después del huracán

Una mañana de septiembre donde todo a cambiado, Esteban iría por gasolina y a comenzar con la limpieza de su lugar de trabajo. Yo por mi parte comencé a recoger en casa, estaba ansiosa y no podía quedarme tranquila. La gasolina no llegaba, muchos puestos estaban destrozados, las personas perdían la paciencia en las filas formándose discusiones, peleas y hasta personas muertas. Algo más para preocuparme, así que a limpiar para despejar la mente. Hoy también tenía reunión con Sue, pero sin señal y sin gasolina para donde iría.

Esteban llegó después de mediodía, Estela y yo estábamos jugando stop cuando llegó. Miguel jugando con el vecino. Me puse a cocinar arroz con pollo guisado, valga la aclaración que el pollo era de lata. Pero lo termine guardando en la nevera porque antes de que se terminará los vecinos nos dieron pollo frito con tostones de pana.

Después de almorzar Luis, nuestro vecino, y Esteban volvieron al taller a continuar recogiendo. Yo me quedé un rato con Enid, su esposa y luego volví a mis quehaceres.

Los supermercados estaban prácticamente vacíos, peros los colmados no, así que nos fuimos a Corozal por provisiones. 

La noche cayó y eso significaba reunión de vecinos, no solo hablábamos para matar el tiempo sino cuidarnos y comentar las cosas raras que se veían por la urbanización. La noche pasada intentaron robar en la casa de otro vecino. Dios mío, estamos en una crisis y en vez de ayudarnos lo que hacen son fechoría y hurtos. Volvimos al chocolate caliente, pan y malvaviscos sólo que está vez jugamos Fase 10.

Durante la noche no pude dormir, hoy la planta eléctrica de casa estaría prendida ya que la alternábamos con la del vecino para rendir la gasolina. Pensaba en los malhechores de la noche anterior y si entraban a casa, y que pasaría cuando Esteban saliera en la noche a apagarla. Señor protégelo, fue lo que pensé antes de perder la conciencia

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