La calabaza, segunda parte

Antorchas

Al despertar, Timothy se encontraba en una habitación reducida con paredes en piedra y un portón con cadenas a modo de puerta. Unas antorchas le daban un aspecto siniestro al lugar, sin mencionar el olor a humedad que le asfixiaba.

Sentado en el suelo escuchaba pasos y ruidos que lo inquietaban, junto a gritos desgarradores. Cuando cesaron los gritos, escucho tintineos. Unos pasos se acercaban, abrieron su portón y lo sacaron arrastras de allí.

A una silla lo ataron, el chico temblaba de miedo. Figuras fantasmales aparecían y desaparecían; y otros más corpóreos le enseñaban los dientes. En otra ocasión lo amarraron en una mesa, tan fuerte que no podía moverse ni un centímetro, y con una pluma de ave le hacían cosquillas.

Timothy no tenía fuerzas para resistir, ya no podía contar las marcas en su cuerpo ni recordaba la ultima vez que se sintió satisfecho al comer. Todos los días lo torturaban ni dormir podía, cuando esto ocurría le arrojaban agua fría para despertarlo. Hasta que un día, el mismo Jack abrió su portón y lo sostuvo del brazo y lo saco del lugar.

El chico despertó en el bosque, había sido una pesadilla. Corrió a su casa y al encontrar a su hermano en la sala lo abrazo. En ese momento se percató de las marcas en su brazo. Unos dedos esqueléticos, quemados con antorchas, sobresalían en su brazo.

¡Jack es real! -susurro a su hermanito.

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