Mi Herencia

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Llego a casa, las lágrimas de frustración resbalan por mis mejillas. ¿Qué difícil es hablar con personas cerradas? Paso los puños por la cara antes de encontrarme con mamá, tiro la mochila en un rincón y me voy al baño.

Observo a la persona que se refleja. Miro sus ojos marrones, medios rojos por las lágrimas, bordeados por unas pestañas que le dan una forma hermosa.

Me sueno la nariz, esa parte de mí que detesto por todas las burlas que recibo por ella. No es la más linda, pero tiene su gracia. Una característica que se ha heredado en mi familia desde hace muchos siglos.

Lavo mi rostro, pero antes recojo los rizos que lo decoran. Odio que pierdan su forma, esa espiral continua que todos quieren tocar. Una sonrisa torcida se dibuja ante la mención de los rizos, pensar que nunca los he alisado, aunque muchos me insisten que los peine. ¿Cómo si nunca lo hiciera?

Mis dientes blancos enmarcados en unos labios carnosos. Según mi papá, ¡La sonrisa más bella que ha visto¡, ¡Quizás porque él no la tiene!

Voy por la merienda, mamá me espera en la mesa como todas las tardes para hablar. ¡Ya soy grande!, le recuerdo. Aunque para ella eso no es suficiente. Me cuenta su día y las peculiaridades del vecindario lo que me afloja la lengua y cuento cosas que no quiero que se entere.

Como la vez que le metí un puñetazo a un chico en el parque, se había creído con derecho a darme una nalgada. Luego de allí no me volvió a mirar, no porque ya no tenga nalgadas, esas parecen que no dejan de crecer, supongo que por el recuerdo de la sangre que le chorreaba de la cara.

Mi madre se escandalizo, exigió saber el nombre de la persona implicada. En ese momento supe que no todo lo tengo que callar. Que hay circunstancias que no aquejan a todos por igual, y que provengo de un linaje de personas luchadoras.

¡Una mulata en el siglo 21! Estoy orgullosa de la persona que soy y de la herencia que mis ancestros dejaron en mí. Aunque me gustaría que los demás me vieran con el mismo valor con el que me veo yo.




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