Sentada en la cama me bebí el café, pensando cómo proceder, la locura me invadía. Decidí darme un baño. Luego de secarme, busque en mi bulto un traje de baño, lo ajuste y me mire al espejo. El pelo era un desastre, me hice una cola alta, ajustada y salí.
Entre al agua, estaba fría. Lo busque con la vista, pero no estaba.
– ¡Adam! – grite, pero nadie contestó.
Seguí adentrándome en el agua y buscándolo. Sentí algo que me rozo, voltee, pero nada. Hasta que tiraron de mi pierna hacia el fondo y me asusté. Adam salió antes de que me hundiera, con una risa maliciosa, y me sostuvo.
– ¡Fuiste tú! – le acuse, mientras él seguía riendo. Esta vez con más fuerza.
– No te molestes – me beso. – Fue una broma- volvió a besarme. Esta vez mi resistencia cayó y deje que me besara. Esto es una locura.
Nadamos, jugamos, nos besamos y acariciamos hasta que la oscuridad cayó. Ya en el porche de la cabaña envueltos en la manta, él movía la mecedora, y yo acurrucada en su pecho mientras él acariciaba mi pelo.
Habíamos pasado unos días increíbles pero un avión nos esperaba, hicimos las maletas y nos fuimos al aeropuerto en dirección a Briken.
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