Las murallas dividen el paisaje en dos. Arriba el azul del cielo se mezcla con el agua creando una cortina continúa. Abajo la alfombra de grama le sirve de amortiguador a los niños que corren.
La vista es increíble, el contrate del pasado con el presente llena de emoción el ambiente. Lo solemne de la estructura junto a la esperanza y alegría de los niños.
El viento sopla elevando las chiringas, otros juegan con balones y otras sentados en mantas disfrutan de la vista acompañado de una piragua.
Una chiringa llama mi atención, un diamante decorado con una estrella blanca. Destellos azules y rojos la bordean y una cola de cintas blancas bailan en el aire. Una niña de trenzas la sostiene.
El cielo azul se cubre de nubes al tiempo en que la mamá intenta ayudar a la niña a recoger la chiringa. Lo que no logran antes de la llegada de los rayos.
No hay otro remedio que soltarla, dejarla volar a su suerte. Mientras el viento la arrastra un rayo la intercepta.
Desde mi balcón la veo arder, pensando en si la bella chiringa se pudo salvar. Si la dejaron volar aun con el anuncio de la proximidad de tempestad o si era su destino sucumbir ante las inclemencias. De algo estoy seguro, ya no volverá a ser lo que era.
Esto trae otra pregunta, ¿será bueno ese cambio o es necesario?
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