Ya eran más los días que faltaba al trabajo y el dinero no me daba, otra oportunidad desaprovechada. Así que comencé a vender lo que encontraba en mi casa que tuviera valor. Joyerías, herramientas y el dinero fuera de lugar desaparecía, pero no me consideraba un ladrón todos lo eran menos yo, porque todo lo que vendía era de mi casa.
Una mañana mientras mi madre lavaba mi ropa encontró entre ella una bolsita y fue a reclamarme, solo recuerdo lo molesto que me puse por sus acusaciones que intenté propinarle un puño a mi madre, pero no llegué a hacerlo. Mi padre me dio un derechazo antes de que soltara el mío. A gritos me botó de la casa, aunque después de muchas suplicar de mi madre me dejó dormir en el sótano, pero yo tendría que arreglarme sin su apoyo. Lo que él no sabía era que mi madre, a escondidas de él, me daba de comer.
Esto trajo problemas, ya no podría entrar a la casa ni llevarme cosas de valor. Así que comencé a robar fuera de casa, comencé con herramientas dejadas en el patio, mercancías al alcance de la mano, hasta llevar a apuntar con una pistola para quitar dinero y pertenencias. Un día, junto a unos amigos, robamos un carro de un supermercado. La policía nos pilló y nos llevaron al cuartel más cercano.
Mi llamada la utilicé para contactar a casa, solo podía oír los llantos de mi madre al otro lado del teléfono y mi padre gritando por la oportunidad desaprovechada. Entre mis hermanas y mi padre me sacaron no sin antes darme todos los sermones y me llevaron a un centro de rehabilitación.
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