La casa nos recibía al final de la calle. Tenía el techo a dos aguas con tejas color ceniza que hacían juego con los peldaños de la pequeña escalera y unas ventanas que no te permitían apreciar su interior. Unas columnas blancas sostenían el techo del poche y un revestimiento horizontal bordeaba la casa.
Pasaba a diario por esa calle solo para contemplar la magnificencia de la casa. Me imaginaba viviendo en ella, caminando por su césped y divirtiéndome con mi familia. Nunca había visto su interior, pero la quería para mí, sin importar lo que tuviera que trabajar.
Llego el día de abrir esas puertas y pasearme por primera vez por mi casa. El interior estaba deteriorado, según caminaba por sus habitaciones la basura y la mugre se apoderaban del espacio. Al llegar a la cocina, el olor a putrefacción sacudió mi estomago y me invitaba a devolver el almuerzo.
Lo que veía no iba acorde con el exterior hermoso y brillante de la casa. ¿Por qué no cuidaron su interior? Saque bolsas de basura acumulada por años y estregue la suciedad de las paredes, las que pinte de una gris claro.
Decore cada habitación con colores alegres y las perfume con velas deliciosas, coloque plantas que purificaran el aire. Una mesa redonda donde ver a todos mis invitados a la cara y en el patio una hamaca donde pasar mi tiempo de ocio. Un lugar tranquilo donde perderme en la historia de un buen libro.
Un exterior elegante y hermoso con un interior inmundo y estropeado, que nos atrae con engaños como muchas personas que necesitan una limpieza profunda.
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