
José se miraba al espejo, como su esmoquin a medio poner lo iba transformado.
Su papá se acercó para arreglarle el cuello de la camisa, al terminar coloco sus manos sobre sus hombros. Igual que cuando era pequeño.
– ¿Qué te sucede? – le pregunto al momento en que sus miradas se encontraron.
Roberto lo conocía, no había nada que José no hubiera hecho en su juventud que no hubiera descubierto. Conocía a su hijo muy bien. Lo había visto preocupado, pero se lo achacaba a la cercanía de su boda.
– No puedo hacer esto- pronuncio cambiando la vista. Llevaban un año gastando el dinero que no tenían para hacer realidad esta boda.
– ¿Hijo qué sucede? – volvió Roberto a preguntar. José se sentó en una silla e introdujo su cara entre sus manos.
– ¡Son los nervios de la boda! – José no dijo nada y después de unos eternos minutos lo miro.
– No quiero estar unido a ella – Su padre se sentó a su lado y comenzó a decirle palabras de apoyo, tratando de ayudarlo a seguir con la promesa que le había hecho a Katalina.
José comenzó a caminar inquietantemente, de un lugar a otro. Su papá preocupado. Insistió para tranquilizarlo. Como no lo consiguió, lo detuvo.
– ¡Te apoyare en lo que decidas!, pero tienes que hablar. – José miro a su papá.
– Papá, soy gay. – su papá lo miro y sonrió
– Ya lo sospechaba – José se sorprendió.
– Pero no te dije nada porque te tocaba a ti aceptarlo – lo abrazo y José le devolvió el abrazo.
– Hay que decirle a Katalina – le sugirió el papá.
– Katalina lo sabe, se casaría conmigo para ayudarme. Al abuelo no le gustaría- José se entristeció. Roberto levantó el rostro de su hijo.
– Tu abuelo tuvo muchas mujeres a la vez y nadie le dijo nada. A ti nadie te tiene que decir cómo vivir tu vida mientras no le hagas daño a nadie. Tu mamá y yo te amamos, y te apoyaremos.
No hubo boda, pero la fiesta se realizó.