La conducción se hizo imposible, la lluvia había reducido trayendo consigo la neblina en un sendero zigzagueante. Así que resolvieron aparcar en un sendero desconocido donde la iluminación era escasa. No había nada más a su alrededor, solo el bosque y una casa.
Decidieron entrar, traían a su hija dormida en brazos y era peligroso pernoctar en el vehículo. Una casa abandonada a la orilla del camino, la recostaron en el primer lugar cómodo que encontraron mientras ellos curioseaban por el lugar.
La madrera crujía haciendo ruidos extraños, el viento respondieron al mirarse. Aunque lo que en realidad escuchaban eran zarpazos contra la madera. El miedo crecía, aunque el clima era incierto, el interior de la casa ponía los pelos de punta.
Su pelaje se erizo cuando los vio venir. Llevaba a la niña entre sus dientes, su pelo rubio barría el piso y sus delgados brazos colgaban de su boca. Mientras las gotas, color carmesí, se esparcían en el suelo sucio.
La niña despertó, intentaba soltarse y sus padres ayudarla. El lobo la deposito en el suelo, de su boca goteaba saliva y sus ojos se fijaron en ella. Los gritos incesantes se detuvieron cuando se lanzó sobre la niña. Así como llegó se fue, dejando en su lugar un rostro destrozado de ojos blancos y manchado de sangre.